Es probable que cuando éramos adolescentes, nuestros padres nos dijeran que la música que escuchábamos era “ruidosa”. No les gustaba. Y no entendían cómo podía gustarnos. Con el tiempo, a medida que nos acercamos a los 40 años, comenzamos a pensar que “ya no se hace buena música” y nos apegamos más a los cantantes y canciones conocidos.
Nuestros gustos musicales comienzan a cristalizarse en la adolescencia, cuando tenemos entre 13 o 14 años, según reveló un análisis realizado por The New York Times en base a la música que escuchan los usuarios en Spotify.
Fuente: The New York Times
Cuando llegamos a los 20 años nuestros gustos musicales prácticamente se bloquean con bastante firmeza y a los 33 años la mayoría de las personas han dejado de escuchar y buscar música nueva. A partir de esa edad, preferimos revivir la banda sonora de las dos décadas anteriores de nuestra vida. Eso significa que es probable que las canciones más populares de nuestra adolescencia y juventud sigan siendo las preferidas durante el resto de nuestra vida o, al menos, les dediquemos un lugar especial en nuestra memoria musical.
A partir de los 40 años, para nuestro cerebro todo comienza a sonar más o menos igual
Existe una explicación neurocientífica para nuestra reticencia a la música nueva. Un estudio realizado en la Universidad de Manchester reveló que la capacidad del cerebro para distinguir entre ciertos sonidos disminuye a medida que envejecemos.
Estos investigadores reclutaron a dos grupos de personas: uno compuesto por personas mayores de 40 años y otro por personas más jóvenes. Cada grupo debía describir cuán agradable les parecían varios pares de notas tocadas en una escala, mientras se registraban sus respuestas neuronales.
Las personas mayores encontraron que los acordes consonantes (aquellos que tienen tonos que coinciden y resultan más confortables) eran menos agradables y los acordes disonantes (aquellos que suenan más irritantes y desordenados) eran más agradables, en comparación con los jóvenes.
El hecho de que la percepción de la consonancia y la disonancia se reduzca considerablemente significa que tienen un rango medio más restringido de escucha. En resumen, a medida que envejecemos, las canciones nuevas y menos familiares comienzan a sonarnos igual, y por eso somos más reacios a ellas.
Efecto exposición: Dime cuánto has oído una canción y te diré cuánto te gustará
Por supuesto, no podemos culpar únicamente al cerebro de nuestra “aversión” por la música nueva. El efecto de mera exposición es otra razón de peso. Se trata de un fenómeno que explica que, cuanto más nos exponemos a una situación, más familiar nos resulta y más nos gusta.
Cuando estamos en la adolescencia y la juventud, escuchamos mucha música, de manera que algunos cantantes, grupos y canciones pasan a formar parte de la banda sonora de esos años, se vuelven familiares y hasta reconfortantes a fuerza de escucharlos una y otra vez.
Sin embargo, cuando entramos en los 30 años, las nuevas obligaciones laborales y familiares reducen nuestro tiempo de ocio, de manera que podemos dedicar menos horas a descubrir música nueva y no podemos exponernos tanto a ella como para que llegue a resultarnos tan familiar como las canciones de nuestra adolescencia y juventud.
Eso puede hacer que, si tenemos que elegir entre escuchar música nueva o los viejos conocidos, apostemos por estos últimos.
Lo que la música nos hace sentir también cuenta
Por último, pero no menos importante, las emociones desempeñan un papel esencial en nuestra reticencia a la música nueva. Un estudio realizado en la Universidad McGill comprobó que nuestras canciones favoritas activan las zonas del placer del cerebro liberando neurotransmisores que nos hacen sentir muy bien, como la dopamina, serotonina y oxitocina. Y cuanto más nos guste la canción, más intenso será ese efecto.
De hecho, se ha apreciado que cuando conocemos una canción, nuestro cerebro se anticipa algunos milisegundos a los puntos álgidos de la melodía, desencadenando ese cóctel de neurotransmisores que nos inunda. Es una especie de “nostalgia neuronal” que nos hace sentir bien, activando recuerdos positivos. Así que, si tenemos poco tiempo para escuchar música, es probable que no lo dudemos: elegiremos aquellas canciones conocidas que generan esa oleada de sensaciones agradables.
Todo no está perdido
Toda regla tiene su excepción. Si bien es cierto que con el paso del tiempo exploramos menos el panorama musical, eso no significa que estemos condenados a escuchar las mismas canciones del pasado una y otra vez. Si nos exponemos a nueva música, mantendremos nuestro cerebro activo y seremos capaces de discriminar mejor los sonidos. Cuanto más música escuchas, más receptivas serán nuestras neuronas.
Fuentes:
McAndrew, F. T. (2019) Psychology tells us why older people don’t enjoy new music. En: QZ.
Bones, O. & Plack, C. (2015) Losing the Music: Aging Affects the Perception and Subcortical Neural Representation of Musical Harmony. The Journal of Neuroscience; 35(9): 4071-4080.
Blood, A. J. & Zatorre, R. J. (2001) Intensely pleasurable responses to music correlate with activity in brain regions implicated in reward and emotion. Proc Natl Acad Sci U S A; 98(20): 11818–11823.
JENNIFER DELGADO SUÁREZ
Soy psicóloga. Por profesión y vocación. Divulgadora científica a tiempo completo. Agitadora de neuronas y generadora de cambios en mis ratos libres.
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